Cuando tengo una cita, mi día gira entorno a ella. Ya sea a primera hora de la mañana, a medio día, por la tarde o por la noche, todo ese día (o incluso los días anteriores), está envuelto por ella. Por eso sólo acepto una cita por día, independientemente de su duración.
Siempre he creído que todo lo que haga con mimo y con cariño, quedará envuelto con esa misma energía. Por eso, me preparo de la mejor forma posible, para otorgarle a la cita la misma energía.
Acudo a la cita predispuesta a estar receptiva a las necesidades de la otra persona, para que pueda disfrutar en todo momento de nuestra cita.
Desde el momento en el que se hace la reserva de la cita, esta forma parte de mi vida. Está hilada a ella, y más cuando llega el día de la cita. Mi día empieza pensando en ella, está presente en todo lo que hago. Ya sea en mi rutina o en prepararme para ella.
Prepararme para una cita puede llevarme una mañana, una tarde o incluso el día entero. No me gusta ir con prisas. Me gusta sentir y disfrutar todo el proceso. No sólo es maquillarme, elegir mi outfit o preparar todo lo que tengo que llevar en mi bolso. Para mí, también es importante el tiempo de conexión conmigo misma. Elijo la música según lo que siento y me envuelvo de la naturaleza que haya presente. También me intereso en cuidar a la otra persona, incluso antes de estar con ella, teniendo en cuenta todos los detalles.
Y cuando llega la hora de la cita, podría decirte que ahí se acaba todo, pero no. Sigo manteniendo esa energía, envolviendo la cita en ella, sintiendo y disfrutando de todo lo que sucede en ese momento. Incluso cuando la cita acaba, yo sigo nutriéndome de ella y de todo lo que he creado.
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